Lo primero que vemos es a dos hombres entrados en años manteniendo una conversación que ya ha comenzado hace un rato. Parecen dos desconocidos que disfrutan de una tarde porteña en el Parque Lezama. Y eso son, ni más ni menos: uno, León Schwartz, idealista, adepto al partido comunista y ferviente revolucionario, fabulador sin límites y gozador de la vida. El otro, Antonio Cardozo, ríspido ser humano, adusto, huraño, cargando una ceguera galopante que lo está por llevar al desempleo de ser encargado del mantenimiento de un edificio. Ambos octogenarios forman una dupla de amistad que hace contrapunto por lo opuesto de sus personalidades y la forma en que ambos ven y transitan sus vidas. León, desde lo lúdico, casi como un niño que juega a ser distintos papeles de acuerdo se le presenten; y Antonio, ya casi rendido, despotricando y con la queja a flor de piel. A medida que esta amistad se va fortaleciendo, vemos cómo uno se va retroalimentando del otro. Cómo la cruda realidad y la seductora fantasía se van complementando hasta formar una misma sintonía. Un mismo equipo de superagentes dispuestos a resolver los problemas propios y ajenos que se les interpongan. Haciéndonos reflexionar acerca de la vejez y cómo las ganas de vivir son las mismas, aunque los prejuicios de los más jóvenes no puedan reconocerlo. Y aunque el cuerpo no acompañe cómo quisiéramos. Pero la lucidez sigue estando. Los sueños e ideales permanecen intactos. Los dos, a su manera, defienden su historia, su camino recorrido y lo protegen con uñas y dientes ante la amenaza de quienes quieren arrebatárselo: la hija de León al querer aggiornarlo al pensamiento consumista y práctico; y el administrador del edificio donde trabaja Antonio, al segregarlo del sistema. Y acá es donde parece inevitable que vuelva a hacer foco Campanella al contar sus historias. Desde “El mismo amor, la misma lluvia”, “El hijo de la novia” a “Luna de avellaneda” y “El hombre de tu vida”: a través de distintos personajes y situaciones, reflexiona sobre la importancia de los valores humanos y afectivos. Los principios, la dignidad del hombre y su camino recorrido; la sabiduría que eso trae, lo significativo de un abrazo, de una charla, de un momento compartido. Y de no abandonarlos nunca. De resguardarlos ante cualquier amenaza.
Campanella hace una gran adaptación porteña de ”I´m not Rappaport” (Dos viejos chiflados en Argentina), llevada al cine en 1996 por el mismo autor Herb Gardner e interpretada por Walter Matthau y Ossie Davies. Inmensas actuaciones de Luis Brandoni y Eduardo Blanco hacen surgir este relato que mantiene la atención del espectador las casi dos horas que dura el espectáculo; con una puesta sencilla y muy acertada. Acompañan de manera correcta los personajes que secundan en la historia a León y Antonio, dándole un marco que refuerza el desarrollo de las situaciones. Gran aceptación del público que la recibe de pie por segunda vez en el Teatro Plaza. Absolutamente recomendable quien no haya tenido la oportunidad de acercarse.
“Yo no miento, condimento la verdad, que a veces me tira de sisa” dice León al principio de la obra. Y eso nos queda dando vueltas cuando nos retiramos del teatro. Cómo a veces, una verdad “condimentada” nos satisface más que la realidad misma. Sin embargo, ahí está el sentido, en hacer de la vida un condimento.
Crónica : Claudia Racconto
Fotografía : Daniel Torrico
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