“.. En mi sueño escuché su voz tan claramente, susurrando mi nombre, se que.. estaba aquí.. ”
La obra nos sumerge en un mundo de palabras sin sentido y de las emociones.Una madre que elude los sentimientos a través de los sonidos de su boca y una hija que los abraza tratando de liberarse de los recuerdos.El campo es un lugar apacible sin distracciones donde los mas intensos pensamientos e infiernos aparentemente apagados en el pasado pueden resurgir con mas fuerzas y eludir la ilusión de control de nuestro presente.
Uno puede dejar todo atrás y retomar nuevas vidas, pero los fantasmas del pasado pueden convivir en nuestros sentidos,como los círculos que encuentras en los molinos de viento que pueden albergarse en nuestra mente.
En la obra dirigida por Natasha Driban podemos contemplar una conciencia corpórea, deshumanizada, juiciosa, perversa y neurótica.Una labor excepcional de los actores con un gran nivel de energía y fuerza que es apreciable, y nos acerca a ese torbellino emocional que emana de ese encuentro exclusivo e intimista.Es apreciable la conexión entre Ileana Spaño, Rolando Orduña y Claudia Racconto en las tablas. Ademas de una buena puesta lumínica y de sonido que matiza la puesta.
No destacan los colores, solo el blanco, el cual representa la paz, el confort y la pureza, alivia la desesperación y el shock. O quizás solo representa nuestra inocencia perdida.
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