Vitrificado

Había muerto, pero paradójicamente aun seguía con vida.

Llegaron en la mañana y golpearon mi puerta, sus voces parecían tan humanas, me acerque para abrirla pero no sé cómo supieron que estaba allí y me increparon a que no me moviera y les abriera en ese preciso momento. Estaba desnudo y no tenía la llave para abrirles y les avise sobre la situación. Me dijeron que me alejara de la puerta y de un solo golpe la abrieron, el metal parecía una gelatina tambaleante.

La luz del sol que hace mucho que no apreciaba verdaderamente ingreso e ilumino la habitación, donde tan solo había una mesa de madera en el centro ya no quedaban muchas de ese tipo. Ellos, ellas, esas cosas, humanos, no sabía cómo catalogarlas me dijeron que debían requisar la casa para buscar un artefacto perdido. Pero tan solo se dignaron a romper las cerámicas en las estanterías, las trituraban y  las dejaban hechas polvo con sus manos, luego las pinturas, las pocas que habían las redujeron a esferas que parecían excremento, las fotos del casamiento de mi madre, la de mi abuelo paterno que la tenia escondida en un cajón también sucumbieron a la ola destructiva de esas cosas.

Y por ultimo dieron con un estuche, me pidieron que lo abriera, y en él la guitarra que tanto había atesorado cuando la compre en mis más oscuras épocas, cuando una parte de mi enfermo. La tome y esos entes la apreciaron, y rompieron las cuerdas enfrente de mí y la movieron de un lado hacia otro para ver si caía algo de su interior. Y luego la destrozaron. Me miraron y me dijeron que disculpara las molestias, que no habían encontrado lo que buscaban, pero que no me preocupara por lo que habían destruido que podrían pasarme reproducciones digitales de los mismos.

Les pregunte de la puerta rota y me dijeron mañana alguien pasara a colocarle una nueva  y no se preocupe uno de los nuestros esta noche montara guardia en su entrada. Y entonces fui a la habitación y la encontré a ella, el, eso, Leila. Si Leila llevaba meses sentada en un costado de la cama que daba hacia una ventana de la cual ella había sacado las cortinas, llevaba meses sin cerrar los ojos y sin decir ninguna palabra, para mí era suficiente sabia que la había perdido una vez pero que eso nunca iba a suceder nuevamente.

Me acerque a ella, nunca había expresado muy bien las emociones, los sentimientos, eran conceptos que en toda mi vida nunca había podido aprender tan solo replicar como un buen actor. Pero luego de todo lo sucedido me puse frente a ella y la mire a sus ojos o mejor dicho a las reproducciones más perfectas de ellos, y comencé a llorar, y las lagrimas cayeron por mi mejillas sin parar, y me arrodille frente a ella, y tome sus piernas, y luego puse mi cabeza en su regazo.

Y recordé en ese preciso momento cuando ella regreso, yo estaba tocando la guitarra en un sillón y la vi pasar, estaba vestida como la última vez que la observe en el hospital y los médicos no me daban ninguna esperanza. Y me acuerdo que la seguí hacia el dormitorio  y arranco las cortinas y se sentó. Y se quedo inmóvil con los ojos bien abiertos. Volví de mis pensamientos, por primera vez en meses ella me hablo y me pregunto si desearía nunca morir. Y la mire, mejor dicho su caparazón frio e inerte como una enana negra. Camine al comedor y observe lo único que no habían destruido, su cerebro vitrificado, como centro de mesa iluminado por la luz del sol brillaba como una estrella, como un diamante de infinitos quilates, como una huella digital, era el ultimo eslabón de su humanidad.

Daniel Adrian Torrico:
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