Cuando la sencillez es inmensa

Candidez, simpleza, talento, algunos de los adjetivos que la describen. Un Teatro Independencia colmado de expectativa ante la despedida. Se abre el telón y comienza la belleza. Un ballet que despliega toda su magia y esplendor en cada segundo, cada emoción, cada destreza. No podemos hacer más que estar en la cima de nuestras butacas incapaces de mover un solo músculo. Esto es lo que provoca el arte en nuestras almas. El buen arte. Y sí, señores, es todo nuestro. Cosecha Argentina.

La historia que se cuenta es la de Giselle, un ballet en dos actos de 1841 con música de Adolphe Adam y Friedrich Burgmüller, coreografía de Maximiliano Guerra sobre la original de Marius Petipa y libreto de Jules Vernoy de Saint Georges, Théophile Gautier y Jean Coralli. Basado en la obra De l´Allemagne (1835) de Heinrich Heine. Una historia de amor en un marco sobrenatural. Considerada el Hamlet del ballet, es en sí la obra absoluta del Romanticismo, donde se reúnen todas las instancias técnicas, estilísticas y dramáticas. Todo a través de la historia de una joven e inocente campesina de 15 años, enamorada de Albrecht, un noble que se ha disfrazado de aldeano para obtener su amor. Sin embargo, éste es desenmascarado por el guardabosque Hilarión, quien descubre su identidad. La muchacha, desesperada, enloquece y cae muerta ante tanto dolor.

En un segundo acto, Giselle se encuentra en su féretro, en un bosque, al borde de una laguna. A la medianoche, la joven es recibida en un mundo fantasmal, donde las Willis (según la leyenda eslava, espíritus de las novias abandonadas) danzan mientras la Reina Myrtha acoge a la muchacha. Hilarión, arrepentido, llega y se arrodilla junto a su tumba, pero es obligado a lanzarse al lago. Albrecht también la visita implorando perdón. Giselle se conmueve, pero la Reina la obliga a atraerlo con la danza a la muerte. Ella trata de salvarlo pero amanece y las Willis desaparecen junto a la imagen de Giselle que se desvanece. Ningún cuadro tiene desperdicio. Impactantes imágenes donde confluye la música con la danza, la iluminación adecuada para cada clima, la interpretación y gestualidad de cada bailarín, la escenografía precisamente colocada en cada cambio sin que se note el artificio, de una prolijidad de artesano; todo íntegramente pensado y majestuosamente equilibrado.

El público sigue cada detalle impávido, con el aplauso al borde de estallar, con la lágrima lista para resbalar en cada mejilla, con el corazón saliendo del cuerpo, atento a cada detalle; todo continúa así su curso, con nuestros cuerpos a punto de explotar… hasta que llega ella, deslizándose en cada entrada con esa enorme humildad de los grandes, y ahí es cuando se produce el clímax, nuestras lágrimas se desbordan y nuestros pechos se engrandecen con la máxima expresión y belleza del arte. Acompañada magistralmente por un excelente partenaire como lo es Juan Pablo Ledo; de una sencilla maestría y perfecta emocionalidad. El resto del ballet y sus primeros bailarines aportan su magia creando una comunión entre todo el cuerpo de artistas. Inmensa labor de Carla Vincelli, Paula Cassano, Vagram Ambartsoumian y Edgardo Trabalón. Eso habla además de una excelente dirección de Maximiliano Guerra.

Una puesta que no descuida cada mínimo detalle, desde la técnica de los cuerpos, pasando por el relato de la historia que se cuenta, hasta la sutil interpretación de los personajes. Aplausos de pie para este gran director del Ballet Estable del Teatro Colón. Esperamos más puestas de su dirección en la Casa de los mendocinos, como lo es el Teatro Independencia. Nada más por decir. Impecable por donde se lo mire. Un lujo. De esos que nos llegan a veces. Y la verdad podemos decir que en nuestro país tenemos artistas de un profesionalismo absoluto del que podemos deleitarnos bastante a menudo. Sigan llenando las salas. No duden porque se van a ir con el alma plena. Una gran bailarina que transmite todas las emociones para el espectador afortunado de verla. Gran carrera para una enorme artista. Un adiós que no parece una despedida. Que no quisiésemos decirle adiós. Un espectáculo que quedará en la eternidad de nuestras retinas.

Crónica : Claudia Racconto

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